Siempre me apasionó la comida en todas sus facetas, pero cuando descubrí el enorme poder que la nutrición ejerce sobre la salud (tanto física como mental), mi innata pasión se convirtió en obsesión. A mis días les faltaban horas para estudiar todo lo que caía en mis manos que me ayudase a entender cómo y por qué.
Y cuanto más aprendía, mi fascinación más crecía y más quería aprender.
En el preciso instante en que fui consciente de que una dieta adaptada a mis genes y circunstancias me había convertido en una versión muy mejorada de mí misma, vi aparecer ante mí el refulgente camino a mi vocación. Enseguida empecé a formarme para poder acompañar a otros en la senda hacia su propia versión mejorada de sí mismos.
Y a día de hoy, mi infinita motivación por seguir aprendiendo cómo podemos utilizar la epigenética para «biohackearnos» y optimizar los genes que nos han tocado en suerte, no ha disminuido un ápice.

Una motivación poderosa
Mi propio historial médico incluye el cáncer, el sobrepeso, el lupus (una enfermedad autoinmune), largos años de polimedicación incapacitante (que no atajó una depresión mayor con ansiedad generalizada, ideación suicida y agorafobia), además de la insulinorresistencia propia del síndrome de ovario poliquístico. Pero, afortunadamente, a día de hoy, no tomo medicación alguna y estoy mejor que nunca.
La terapia nutricional es poderosa, no solo para amilanar algunos tipos de cáncer y trastornos psiquiátricos y metabólicos, sino también para enlentecer el avance o incluso eludir enfermedades autoinmunes, cardiovasculares o neurológicas.
Además, es la única vía de que disponemos para incrementar activa y considerablemente nuestras probabilidades de disfrutar de un mañana lo más longevo, saludable y feliz posible.
La nutrición óptima es la medicina del mañana.
Linus Pauling (Nobel de Química en 1954 y de la Paz en 1962)