¿Qué hacer cuando tu enemigo… eres tú mismo?
Como general de tu ejército, puedes planear una estrategia para contrarrestar el ataque de una tropa hostil, pero cuando la ofensiva es un inesperado “fuego amigo” (desde dentro y por error) la maniobra se complica. Despojar a tu propio ejército de su munición parece la única táctica efectiva… pero no lo es.
Las autoinmunes todavía encierran muchos secretos. Solo conocemos el desencadenante de una de ellas, la celiaquía. Así que los últimos responsables de la artritis reumatoide, el lupus, la tiroiditis de Hashimoto, el Crohn o la esclerosis múltiple aún son una incógnita. Pero eso no significa que debamos rendirnos sin patalear.
El “fuego amigo” también necesita leña para quemar.
Las autoinmunes comparten, por un lado, una respuesta inflamatoria crónica de baja intensidad y, por otro, una alta permeabilidad intestinal. Y ahí radica el potencial de la terapia nutricional como estrategia para amansar sus síntomas y retrasar su avance.
El síndrome del intestino permeable se da cuando el complejo mecanismo que permite el paso a los nutrientes dentro de “tu verdadero tú”, prohibiéndoselo simultáneamente a organismos patógenos y sustancias de desecho, pierde su eficacia. Las compuertas del epitelio intestinal se abren indiscriminadamente y el sistema inmune se ve abrumado ante la “entrada no autorizada” de una ingente cantidad de partículas (que no se deberían haber “colado” dentro de ti, sino seguido su curso hasta el fin del tubo intestinal). Afortunadamente, tú puedes darle un merecido respiro reduciendo esas agobiantes “aperturas no autorizadas”.
Un sistema inmune abrumado es más proclive al “fuego amigo”.
Asegúrate de que tu dieta no está avivando las llamas. Evita alimentos como el azúcar y sus análogos (léase carbohidratos de rápida absorción – integrales o no), las grasas hidrogenadas y los aceites vegetales refinados (como el de soja o el de maíz, por su alto contenido en ácidos grasos fácilmente oxidables), los cereales y sus derivados (especialmente los que contienen gluten, porque activa la zonulina, la molécula que abre las compuertas intestinales poniendo en jaque su permeabilidad), las legumbres (sí, por mucho que sean el adalid de la dieta mediterránea, contienen antinutrientes en forma de lectinas y fitatos, que no ayudarán a tu intestino en guerra), los lácteos (las caseínas, proteínas presentes en la leche, pueden activar la permeabilidad intestinal) y, según tu grado de sensibilidad, las solanáceas (léase berenjenas, tomates, pimientos o patatas, también por su contenido en lectinas).
La comida no es la única madera que alimenta al “fuego amigo” (la genética, las infecciones, el estrés o la exposición a tóxicos podrían jugar un papel significativo), pero que tenga acceso a esta leña solo depende de ti.